Consuegra mantuvo la libre oscilación de su inteligencia, podía pasar de hacer un necesario libro de marcas a un libro infantil porque sí, de inventar revistas donde él mismo ejercía como maquetista, editor y mecenas a participar activamente en la docencia y en la creación de programas universitarios, de diseñar un logo para una industria modesta a dar una conferencia ante un auditorio global; un juego que siempre jugó en serio, como juegan los niños, y que gracias a su dedicación virtuosa impidió que su trabajo se convirtiera en una práctica monótona de odiosa adultez y solemnidad.